Lupa
"Tras la Puerta"
"Lasciate ogne speranza, voi ch'entrate"
Dante Alighieri
Me enamoré de mí en mi adolescencia, cuando nada me distinguía de mis amigos o de un buzo gris de lana seca. Me perdí entre ellos mientras nos incendiábamos junto a nuestras exageraciones cotidianas, nuestras mentiras pares y litros de alcoholes tempranos. Lo supe todo, lo sabía todo, tenía el pecho indestructible y acné.
Escupí con furia el crucifijo y me abracé a mis hermanos sólidos, mis límpidos y patéticos congéneres virtuales. Con ellos planeábamos la forma más eficaz de perder mañanas.
Maté luego mi materia, mi matemática, como Sábato, con Breton y vacas flacas. A todos ellos me ayudaron a matarlos mis buenos tíos barrocos y sádicos, esos que adolecieron en la sombra.
La rutina, la que logra al fin quedarse, no llegó a pesar de holgadas fuerzas y ofertas tentadoras. No pasó pues siempre hay lobos en la puerta, que la asustan y la obligan a atrasarse.
Los lobos entran y salen todo el tiempo y juntos aullamos en el balcón, amén del plenilunio.
Me odié en un cuarto sin ventanas, metido tan afuera como pude. Allí crecieron mis primeras canas y los colmillos y este inmenso mar de miedo. Pensaba en la tristeza del verdugo que madrugó suicida. Me tuve que arrastrar por la superficie hasta que al fin, pude comunicarme y salir del afuera que alguna vez llamé adentro.
Escupí con más asco a la maestra, al azar, a eros y a tanatos. La mierda del poder y los disfraces, mientras me disfrazaba de sonrisa o de eufemismo o de obsecuencia. O de sonrisa eufémica y obsecuente. O de obsecuencia eufémica y sonriente. O del mismísimo Éufrates sonriente y obsecuente.
Maté, en cruel y vil vendetta, a palazos limpios mi pasado, toda aquella convicción, aquel arrebato. No supe más de mí ni de mis días de estricto negro y piel de monja untada en semen bajo el sol.
Ahora, lobo en el asfalto humedecido, me sé muy muerto y me creo muy vivo.